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Nota: 9
LA PENÍNSULA EN LA ANTIGÜEDAD
2.2. LA COLONIZACIÓN GRIEGA:
Las huellas arqueológicas datan la presencia griega en la península desde el siglo VIII a.C. La zona de mayor influencia es la costa de levante peninsular, a la que llegaron desde sus colonias en Massalia (Marsella) y la Magna Grecia (sur de Italia). Solo se han verificado dos colonias de poblamiento: Rhode (Rosas) y Emporion (Ampurias); el resto de sus asentamientos eran factorías comerciales.
Los griegos influyeron en los íberos, a los que aportaron la escritura, la moneda y sus gustos artísticos, además del cultivo del olivo.
CRÁTERA GRIEGA:
2.3. LA COLONIZACIÓN CARTAGINESA:
Cartago era una antigua colonia fenicia (situada en el actual Túnez) que se había independizado de la metrópoli; cuando los fenicios entraron en decadencia por la conquista asiria, los cartaginenses se apropiaron de sus asentamientos en la península (siglo VI a. C.). A los cartaginenses les interesaba un dominio más directo de las poblaciones indígenas , por lo que su conquista afectó a zonas cada vez mas mayores, partiendo de su colonia de Qart Hadasht (actual Cartagena), hasta que fueron derrotados por los romanos a finales del siglo III a. C.
COLONIA GRIEGA:
Ruinas de la ciudad griega de Emporion (actual Ampurias, Girona).
VIAJE COMERCIAL
Mi padre y yo viajemos a la ciudad de los hombres venidos de Oriente. Lo más me extrañó fue que no tuviera muralla, aunque, eso sí, estaba sobre un cerro. Cuando empezamos a andar por las calles notamos una actividad creciente; a nuestra derecha se veían artesanos del meta realizando finas joyas que parecían escarabajos, cerca de un extraño templo. "¿Tenéis plata o estaño?, ¿no queréis un escarabeo?", nos decían, a lo que mi padre siempre respondía: "No, solo traemos cinco bueyes".
Más adelante vimos a unos ceramistas decorados con finos colores unas jarras de cerámica y mi padre dijo: "Tu madre le gustaría una de esas". Sin embargo, no veníamos por nada para nosotros; el jefe de nuestro poblado le había encargado a mi padre que cambiara a los bueyes por armas de hierro adornadas de oro.
Por fin llegamos a nuestro destino, una herrería situada en un extremo de la ciudad, cerca de un magnífico puerto en la ladera del cerro. Un oriental nos saludó: "Bienvenidos, túrdulos, venís a por armas para vuestro señor, ¡no es así?". Mi padre respondió que si, pero que no teníamos metales, a lo cuál el herrero puso cara de decepción; a pesar de ello aceptó de buen grado los cinco bueyes , ya que los orientales no tenían demasiado territorio para criar mucho ganado. A continuación, el jefe del herrero realizó unos extraños dibujos en un trozo de una vasija rota y dio por bueno el negocio.
Ala vuelta, pasamos por puerto, donde vimos unos magníficos barcos. Mi padre se acercó a unas casas donde se estaba preparando pescado al que añadían sal, y me dijo: "Verás lo que duran esos pescados sin estropearse". Cuando terminamos, nos volvimos al poblado con las armas del jefe, el pescado y las ganas de llevarnos las jarras y de saber qué había dibujado ese hombre en el trozo de vasija roto.
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